Arqueologia ideologica,
de Lorenzo Cordero
El ojo del tigre
Hay una pregunta que casi nadie se atreve a hacer: ¿Qué hicieron con la histórica izquierda durante el proceso de la Transición?. Y la respuesta, que tampoco nadie se compromete a buscar -aunque solo sirviera para evitar extraviarse en este intrincado bosque político, que es la moderna democracia española-, resulta dificilísima de encontrar. Entre otras causas, porque se trata de una indagación que les molesta mucho a quienes colaboraron eficazmente para conseguir desamortizarla antes de penetrar en el bosque encantado de la democracia parlamentaria.
No es rentable, ni social ni políticamente, intentar averiguar hoy lo que le ocurrió a la izquierda durante ese paréntesis cronológico que se abrió, aproximadamente, a mediados de los años 50 y se cerró en la década de los 80 del siglo pasado -es decir, ayer por la tarde-; probablemente, poco después de 1982.
Para intentar averiguarlo, no solo sería necesario hacer excavaciones arqueo-ideológicas únicamente en el profundo y compacto estrato granítico de la derecha ultraconservadora, con el fin de obtener restos del mobiliario prehistórico del antiguo movimiento obrero, sino que sería necesario complementarlas profundizando en las capas geopolíticas de los dos partidos que, por lo menos, hasta después de 1977 representaban gran parte de los restos ideológicos de aquella izquierda que luego se sumió en el agujero negro que se abrió debajo de sus pies el 18 de julio de 1936. Me estoy refiriendo al PSOE y al PCE. Concretamente: al PS(O)E y a IU.
Hablo de la izquierda obrera por una razón histórica fundamental: porque ella fue, en los años de la calamitosa climatología fascista que alteraba la convivencia en la sociedad europea occidental, la que -con su movimiento de clase obrera- constituyó el perfil sociológico más acentuado, y característico, de aquella lejana izquierda española. Hay indicios suficientes para sospechar que los partidos que, durante la Transición, se autoproclamaban sus representantes, fueron quienes en las vísperas del camaleónico cambio colaboraron activamente para desamortizar aquella izquierda del movimiento obrero porque no tenía sitio en el prometido pluralismo democrático. Un pluralismo que no solo fue un señuelo electoralista, sino que era -y lo sigue siendo- el mejor soporte social para una resucitada monarquía hereditaria, que necesitaba urgentemente un pedestal político para asentarse sólidamente.
Al mismo tiempo que le echaban los cimientos al neorrégimen dinástico, a la ciudadanía se la sometía a un nuevo sistema caciquil: el de las oligarquías de los partidos mayoritarios, que son los actuales protagonistas de la trama neorrestauracionista: el bipartidismo. Que, en su esencia pura, es un simple dualismo político (partidista), pero de ninguna manera ideológico.
Hablar actualmente de la izquierda en España es un vano esfuerzo semántico. Al nuevo Estado -sustituto del Estado franquista-, también se le mantiene en pie con una estructura política -incluso, ideológica- que se inicia arriba y desciende orgánicamente hacia abajo. En eso consiste la democracia vertical que oxigena el sistema postransitivo.
Ahora mismo, no solo es inútil invocar a la izquierda; es que además es una invocación enojosa. Sobre todo, para los protagonistas relevantes del episodio democrático tan superferolítico. Preguntar qué pasó con el clásico movimiento obrero es una moda camp; un molesto entretenimiento arqueológico que solo les interesa a los desocupados y a los resentidos.
Molesta muchísimo también que alguien intente indagar a dónde fue a parar el espíritu de aquella izquierda ilustrada, que pretendió democratizar el país con una República liderada por intelectuales ateneistas, apoyados por los maestros de escuela que habían hecho suyas las ideas pedagógicas de la Institución de Libre Enseñanza. Cómo será el malestar que les provoca a los mandarines de la moderna democracia, que hasta son capaces de hacer lo imposible para impedir que se creen asociaciones republicanistas. Un ejemplo: el proyecto de fundar una asociación con el nombre de José Maldonado -el último presidente de la República española en el exilio- permanece encallado en los arrecifes de un absurdo burocratismo político…
Esto sólo ocurre en un país en donde los políticos no son monárquicos, sino juancarlistas enragés… Así son los nuevos centauros de la democracia de las libertades. He aquí otro (moderno) rasgo sociológico para completar definitivamente el perfil político de los españoles que ya caminan por el siglo XXI, aunque portando en su mochila los vicios sociales y políticos de los siglos XIX y XX.
Por lo visto hasta ahora, ser de izquierda -sobre todo, de izquierda obrera- en este novísimo país capitalista (y de las JONS) es ser, de hecho, un fósil que no sirve ni tan siquiera para exponerlo en una vitrina del pedagógico -y turístico- Parque de la Prehistoria de Teverga.
Lorenzo Cordero. Periodista.
4 febrero
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