dimecres, 27 de maig del 2009

De nuevo, el Antihumanismo. Italia como síntoma


Joaquin Miras

El pasado domingo, 17 de mayo se publicó en sin permiso digital un conmocionante artículo de Marco Revelli. Este prestigioso intelectual nos daba cuenta de la evolución ideológica que se está produciendo en la sociedad italiana, desde larga data, y partía, para hacerlo, del análisis de la campaña electoral en curso. La derecha italiana ha adoptado como principal motivo de agitación política el racismo sin rebozo, que se ha convertido en la base de su discurso político. Elabora una nueva legislación que sanciona el Apartheid y que excluye a los emigrantes extranjeros de la posesión de derechos civiles. Las leyes propuestas se fundamentan en el principio ideológico según el cual los emigrantes no pertenecen a la especie humana. Todas estas propuestas de leyes vienen acompañadas por la adopción práctica de medidas draconianas, policiales, contra la emigración, por parte del gobierno, medidas de las que el gobierno se jacta y hace alarde, mientras que se invita a las fuerzas policiales a que se comporten con brutalidad. Revelli es pesimista y considera que la actual situación de crisis  económica, de falta de perspectivas y de grave deterioro de las condiciones de vida de los ciudadanos más desfavorecidos de la sociedad italiana, que han perdido, de facto, derechos civiles, ofrece las condiciones para que este discurso arraigue con fuerza, de forma masiva, en la actualidad. Pone como ejemplo que,  incluso, personalidades relevantes de las  fuerzas políticas progresistas están asumiendo en parte, u objetando con dudas y embarazos  la actitud de aquellos otros que tratan de combatir abiertamente estas ideas

            Revelli denomina a este nuevo, rampante discurso político racista “retóricas de lo inhumano”, y nos recuerda que la primera consecuencia de estas retóricas es “deshumanizar en primer lugar a aquellos que las comparten”.

            El aviso de Revelli es claro. Nuevamente, en Europa, retorna el antihumanismo. El movimiento ideológico político, antihumanista, que hace de la carencia de principios humanos, de la violencia abierta y de la consideración de que los desheredados, los más pobres, son una raza distinta, inferior,  que durante los años 20 y 30 del siglo XX denominamos nazi fascismo, vuelve a resurgir. Frente a esta avalancha de deshumanización, como término para designar a la fuerza que se le oponga, Revelli usa viejas palabras, cuya sola evocación expresa por sí misma explica la colosal gravedad que, en opinión del ensayista, posee la actual situación. Las viejas palabras con las que se designó toda la dignidad, todo el sacrificio de los que se opusieron con coraje –muchos,  con sus vidas- a la barbarie anti humanista del siglo XX: “resistencia” , y “frente” moral y cultural . Se encuentra en el párrafo conclusivo de su texto.

 Hoy  como ayer, y tal como lo expresa Revelli, la resistencia frente el anti humanismo no puede proceder de  la política en el sentido convencional y anodino, actual, de la palabra. Sino de la defensa de los principios humanos, de la cultura, o, al menos, de los restos que de ellas quedan.

Se trata pues, de recuperar, frente al moderno antihumanismo, el humanismo. El humanismo es el nombre noble de la tradición intelectual de la que nace la izquierda. El humanismo fue la única verdadera alternativa al nazi fascismo, elaborada y asumida por la izquierda, desde 1935, para aunar a todos los sectores populares en torno a un proyecto de democracia y libertades: los frentes populares democráticos: los principios de igualdad, de libertad, de vida digna, de democracia popular, de humanidad universal. Esas ideas que  Charles Chaplin, Charlot  expone en el breve  discurso, de apenas 4 minutos que pronuncia  al final de su película El Gran dictador, y que es el resumen, agit prop,  de aquel proyecto unitario para la movilización popular

Pero desde entonces, desde 1947, sucedieron muchas otras cosas.Y entre ellas, la que, ahora, se nos revela como la más grave: el abandono y olvido de los principios humanistas como axilogía de inspiración para nuestro hacer, la movilización activa, protagonista de la ciudadanía.

Algunos de los lectores, por edad están en condiciones de recordar cómo, durante los años 60 y 70 del siglo pasado en la izquierda misma se abrió paso un discurso antihumanista. El pensamiento de izquierdas, el marxismo, para ser “auténticos” debían ser “antihumanistas”. Se abrió la puerta a las hibridaciones teóricas con el estructuralismo, se prestó oídos al nietzscheanismo, se teorizaron “rupturas epistemológicas” y confusiones entre ciencia y praxeología. Todas esas imposturas se legitimaban como “ciencia”; se favoreció la difusión de extrañas variantes antiilustradas de marxismo, negadoras del ¡sapere aude! universal,  que hacían hincapié en la imposibilidad de que los explotados pudiesen tener capacidad intelectual de poseer razón y sentido común, y de comprender su estado; la política no pasaba por tratar de hacerles protagonizar la deliberación y la praxis … Y nuevamente, ha aflorado de forma flagrante el discurso biologista, que niega el carácter universal de la especie humana y los derechos y libertades, y nuevamente, hemos de volver al humanismo para encontrar una tabla de salvación: para encontrarnos.

En su último párrafo insiste R en destacar la idea de que ese nuevo “frente “impolítico””  debe ser constituido, no desde la racionalidad estratégica ni desde la racionalidad instrumental, sino desde la interpelación a la moral, a la defensa de los principios, lo cual, si se intepreta desde un criterio social fundamentado en la inmediatez económica, se puede considerar –así lo hace R.-   una propuesta “ trasversal”. Se trata de constituir un nuevo sujeto cívico político, una mayoría políticamente activa y comprometida,  no desde el interés corporativo o sectorial, sino desde la afirmación de principios humanos y humanistas, desde la deliberación común y la elaboración de un nuevo proyecto civil de sociedad. Frente al homo oeconomicus capitalista, que no reconoce principios y valores, no se puede oponer como alternativa el homo oeconomicus "proletario". Hay que erigir una nueva cultura material y moral basada en principios y derechos universales, y debemos enfrentarnos en nombre de los mismos y contra quienes los niegan La firmeza de las aseveraciones del artículo comentado tienen mucha más trascendencia viniendo Revelli.  Marco Revelli procede de la tradición política autonomista italiana, enfrentada con el proyecto político cultural, enraizadoen la experiencia cultural de la Resistencia, del PCI. El humanismo era, hasta la inflexión de los años70,  la cultura del viejo PCI: el blocco popolare, nazionale, il popolo, la nuova democrazia, la difessa della libertà . Recuerdo la sorpresa y la suficiencia displicente –también el desconcierto- que me causó, hace más de 30 años, ver el Tratado de la tolerancia de Voltaire, prologado por Palmiro Togliatti con fecha de 1949, y leer en él su defensa de la “vuelta al racionalismo”, como forma de apropiarnos de los frutos de “una gran batalla cultural y filosófica”.

El autonomismo, por el contrario, fue un movimiento político de carácter obrerista, surgido durante los años sesenta, en la Italia de lainsdustrialización acelerada y del desarrollo capitalista El movimiento se insertaba en los sectores de nuevos obreros jóvenes recién emigrados del campo, y partía de la experiencia de la lucha en la fábrica fordista y de la asamblea de fábrica .Desde estas bases combatió decididamente la cultura política –la política cultural- del PCI, heredera de la “Resistenza”

Adquiere por lo tanto,  una particular resonancia la interpelación de Revelli, que evidencia, además, su honestidad intelectual

            Si salimos de esta que se avecina, -si salimos, que no es improbable, pero está por verse y lucharse-, nosotros, las gentes de la izquierda, habremos de hacer todo lo posible para que jamás la izquierda vuelva a abandonar la defensa del humanismo, esto es, de la única tradición válida, de los principios morales universales, culturales, de los que es originaria, y como vemos, del único arrimo de salvación.

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