dimarts, 28 d’abril del 2009

Palabras quemadas

Antonio Orihuela: Palabras quemadas: de la propaganda política en España (1975-1979)

Con mensajes que llamaban a la lucha callejera o a la organización partidista y sindical, la propaganda política de oposición o ilegal fue uno de los principales medios que utilizó el movimiento antifranquista para expresar sus deseos y reivindicaciones. "Representaba, señaló Antonio Orihuela en el inicio de su intervención en el seminario Medios de masas, multitud y prácticas antagonistas, la irrupción en la esfera social de lo reprimido, el descubrimiento para la gente común de una parcela del espectáculo que hasta entonces se le había sustraído". Su objetivo era complementar el resto de las acciones que se emprendieron en aquellos años para derribar las estructuras del régimen franquista. De este modo, la propaganda de agitación constituía un documento público -ofensivo y defensivo- del descontento que sentían amplias capas de la población ante la gestión del gobierno, recogiendo sus miedos e ideales, sus agravios y aspiraciones, su deseo de que se produjera un cambio radical en la sociedad.
Frente a esta propaganda de agitación de carácter artesanal y de tono inflamatorio y exaltado, en la actualidad, la publicidad política se articula en torno a lemas neutros y previsibles, intercambiables entre unos partidos y otros. Las campañas electorales están diseñadas por agencias de marketing que las conciben como si se tratara del lanzamiento de un producto comercial. Su propósito no es convencer con argumentos o ideas, sino persuadir a la mayor cantidad de votantes posibles y para ello tienen que recurrir a mensajes fácilmente digeribles que nunca se desvían de una prudente y aburrida corrección estilística y de contenidos. "La militancia, subrayó Orihuela, ha sido sustituida por la mercadotecnia".
La profesionalización de la propaganda política se inició ya en las primeras elecciones democráticas, y desde entonces ha ido acaparando grandes inversiones monetarias (con un primer punto de inflexión en 1982) que certifican la alianza entre los partidos mayoritarios y el poder financiero (con todo lo que eso conlleva). Con la normalización democrática y la consolidación del bipartidismo, se ha profundizado aún más en esa alianza lo que, según Antonio Orihuela, ha terminado convirtiendo las elecciones en "un ritual monótono y desalentador". Por el contrario, la propaganda de agitación que se realizó entre 1975 y 1979 la diseñaban y distribuían los propios militantes que, en muchos casos, llegaban a correr riesgos personales. "Fue una propaganda, subrayó Antonio Orihuela, hecha desde el suelo. Y, por eso mismo, muy heterogénea y libre, rica en conceptos, argumentos y propuestas".
Desde un punto de vista estilístico, en algunos carteles de esta propaganda de agitación encontramos referencias a las vanguardias históricas (recursos tipográficos, modismos lingüísticos...), así como a los iconos más emblemáticos de la lucha antifranquista (por ejemplo, la paloma de la paz de Picasso) y al rico imaginario gráfico de la II República y de la Guerra Civil. El Guernica, por ejemplo, fue utilizado en gran cantidad de ocasiones, tanto reproduciéndolo en su integridad como seleccionando algunos de sus fragmentos más significativos. En otros carteles se aprecian influencias del pop art (algunos de ellos remiten directamente a las obras de Equipo Crónica), de la estética minimalista o de la iconografía de la Bauhaus.
Estas imágenes se realizaron con medios muy precarios y, por lo general, se caracterizaban por su extrema sencillez formal y su intensa expresividad (recurriendo con frecuencia a un lenguaje épico, poético y exaltado). En este sentido, Antonio Orihuela mostró una serie de carteles que pedían la amnistía de los presos políticos en 1976 o en torno al llamado Caso Scala, un incendio de una sala de fiesta de Barcelona atribuido a activistas anarcosindicalistas (aunque se sospecha de la autoría en la sombra de miembros de las fuerzas de seguridad) que tuvo nefastas consecuencias para la CNT. A su vez, Orihuela presentó un cartel de la UPA (Unión Popular Antifascita) -una organización adherida al FRAP- diseñado por el colectivo El Cubri, así como varias piezas gráficas vinculadas al controvertido PCE(r) -Partido Comunista de España Reconstituido-, el brazo político del GRAPO.
A menudo, los carteles denunciaban casos concretos de detenciones ilegales o de asesinatos, como el de un militante de la Unión do Povo Galego-UPG (un partido que ahora forma parte del BNG) o el de la joven Yolanda González (integrante del Partido Socialista de los Trabajadores-PST que fue asesinada por miembros del denominado Batallón Vasco-Español). "No hay que olvidar, señaló Antonio Orihuela, que en la transición más de un centenar de personas fallecieron a causa de la brutalidad policial y de los ataques de grupos de extrema derecha. Creo que sería necesario que las asociaciones que abogan por la recuperación de la memoria histórica también reivindiquen a estas víctimas".
Durante aquellos años, también se elaboraron numerosos carteles sobre luchas sindicales y vecinales ("fue la época dorada del asociacionismo vecinal", recordó Orihuela) o que expresaban reivindicaciones -inéditas hasta entonces en España- de índole ecologista, feminista y antimilitarista. Por su parte, las formaciones de extrema derecha trataron de responder a esta eficaz y prolífica propaganda de agitación puesta en marcha por la izquierda más combativa con una actualización de su propia imaginería gráfica, recurriendo profusamente a símbolos y consignas pro-franquistas.
Con un lenguaje más contenido y pragmático, la propaganda de los partidos que aspiraban a tener representación parlamentaria aludía a valores respetuosos con las reglas del juego y el orden social, político y económico. Era una propaganda que llegaba desde el cielo ("desde las vallas iluminadas, desde las banderolas"), destinada a la fabricación del consenso y que trataba a los potenciales votantes como clientes, como "simples grupos de consumidores de un imaginario político estándar". En este punto de su intervención, Orihuela presentó carteles de partidos como Izquierda Democrática, Partido Socialista Democrático Español (ambas formaciones terminaron integrándose en la UCD) o Convergencia Democrática de Cataluña en los que aparecen elementos icónicos (manos unidas, soles saliendo por el horizonte...) que remiten a un consenso desideologizado en el que se disuelven las diferencias de clase y los antagonismos.
En diciembre de 1976 se celebró un referéndum sobre la Ley para la Reforma Política que aunque no representaba la primera convocatoria electoral promovida por las instituciones franquistas, sí fue la primera ocasión en la que se pudo realizar una tímida campaña de oposición a las tesis oficiales (en este caso, a favor de la abstención). A su vez, ciertos sectores de la extrema derecha, al sentirse traicionados por el gobierno, iniciaron su proceso de conversión en partido político.
Frente a la maquinaria publicitaria apabullante que puso en marcha el gobierno (que costó más de 10.000 mil millones de pesetas), la propaganda de agitación de los partidos que se oponían a la ley (tanto los de izquierda como los de derechas) tuvo que suplir la falta de recursos con ingenio y creatividad. En este sentido, destacan algunos carteles de la Coordinadora Democrática de Asturias (CDA) en los que se recurría a elementos icónicos contemporáneos o a inteligentes juegos de palabras para denunciar el control del gobierno sobre los medios de comunicación, expresar su profunda disconformidad con la ley ("Asturias así, no vota") o incidir en las implicaciones económicas derivadas de esta reforma ("Los frutos del reformismo: despido libre y referéndum"). Orihuela también mostró un cartel del PSOE en el que se pedía la abstención (argumentando que la ley era insuficiente y no ofrecía auténticas garantías democráticas) y otro de Falange Española de las JONS en el que se abogaba directamente por el "no" (pues, para ellos, abstenerse era una consigna marxista y votar "sí" suponía volver a los "tiempos de la República y de los nacionalismos disolventes").
Elaborada con medios tecnológicos muchos más avanzados, la propaganda institucional para informar sobre el referéndum "inundó literalmente España" a través de anuncios en los principales medios de comunicación y de vallas publicitarias repartidas por numerosos puntos de la geografía nacional. En uno de esos anuncios, aparecía en primer plano el mensaje imperativo "Habla pueblo" sobre un fondo en el que se veía una mano introduciendo un voto en una urna. A juicio de Orihuela, ese enunciado reflejaba "un deseo manifiesto de negar como clase lo que se afirmaba como nación" y, en gran medida, su eficacia derivaba de que seguía tratando a la gente de forma parecida a como lo había hecho el paternalismo franquista. "Habla pueblo, añadió Orihuela, en realidad quería decir, en coherencia con la lógica autocrática franquista, pueblo di sí". Desde luego, esta campaña institucional (una de las más caras de la historia de la democracia española) logró unos resultados espectaculares: sobre un porcentaje de participación del 77,7 %, el 94,2% de los votos fueron para el "sí".
Tras ese primer referéndum, entre 1977 y 1980, los españoles tuvieron la oportunidad de acudir a votar seis veces y en cada convocatoria se fue perfeccionando la maquinaria propagandística institucional. De hecho, Antonio Orihuela piensa que si hubo alguna revolución en la España de la transición, "fue la de fabricar consenso democrático a través de la propaganda en los medios masivos".
En la actualidad, con la consolidación del bipartidismo, la cartelería de la propaganda política se ha modificado de forma sustancial, desapareciendo los mensajes ideológicamente fuertes y no estandarizados. En la línea de las estrategias de la publicidad comercial, se diseñan lemas y emblemas breves, neutros, fácilmente memorizables y, en definitiva, intercambiables. "La propaganda política del consenso, subrayó Orihuela, quemó las palabras que son esenciales para pensar los valores y la identidad de una sociedad". De este modo, vocablos como justicia, libertad o compromiso han perdido su sentido original, su potencial transformador, para convertirse en meras nociones fetiches aptas para ser consumidas por los clientes-votantes.
Paradójicamente, a mediados y finales de los años setenta, cuando los movimientos asamblearios y las luchas sociales estaban en su apogeo, se hablaba una y otra vez de crisis democrática. Sin embargo, ahora, en un momento en el que el funcionamiento de los partidos es opaco, en las elecciones apenas participa la mitad de la población y llega a resultar imposible identificar las diferencias ideológicas que tienen las formaciones políticas mayoritarias respecto a ciertos temas (especialmente los económicos), se asegura con insistencia que la democracia está consolidada.
Parece indudable que en este nuevo contexto, los partidos políticos ya no necesitan los carteles para pedir el voto a los ciudadanos (cuentan con herramientas comunicativas mucho más poderosas). No obstante, ¿por qué los siguen utilizando? Según Antonio Orihuela, "por puro narcisismo", pues, más allá de su funcionalidad, los carteles constituyen un medio de autoafirmación que ocupa física, icónica y simbólicamente el espacio público. "Y desde ese lugar, concluyó Antonio Orihuela, el líder democrático, con su presunción, su egolatría y su vanidad, como en las pesadillas de Orwell, nos dice que existe, que es ineludible y que nos vigila".

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